TONY WANTON : LA ZORRA DEL DESIERTO
Lentamente elevó la cabeza, alzando la frente, hasta quedar con los ojos fijos en el cielo purísimo y azul que se le ofrecía tachonado de estrellas. Una luna, blanca, de agudos cuernos, enviaba hasta él rayos de luz que servían para hacer más albo el color de sus ropas y el alquicel flotaba al viento como un milano. Bajo el turbante, de inmaculada blancura, sombreaba el rostro de acusados perfiles en el marco de una cerrada y poblada barba negra, iluminado por el resplandor de unas agarenas pupilas. Oprimió entre las piernas el fusil que sujetaba con ambas manos y permaneció durante un rato más sentado sobre sus cruzadas extremidades. A su lado, con el largo pescuezo apoyado en la arena, y las gibas en alto, su camella parecía abstraída y cansada; y, más lejos, unos pasos detrás, un nubio gigantesco y de complexión atlética, negro como la noche, con el pelo recortado a la altura de los hombros y sujeto a las sienes por una trenza de fibras, al aire la mayor parte de su anatomía de ébano, se hallaba sentado igual que él, con una mano puesta entre las jorobas de su camello y la otra en el mango de un corvo puñal sudanés atravesado a la cintura. Ante ellos, a la izquierda, el desierto; a la derecha, el Nilo.
ACORRALADO
Aquello estaba oscuro como boca de lobo. Era un recodo estrecho, desprovisto de luz, iluminado tan solo por un farol mortecino que se encontraba en la esquina norte y que se en
LA ZORRA DEL DESIERTO
Lentamente elevó la cabeza, alzando la frente, hasta quedar con los ojos fijos en el cielo purísimo y azul que se le ofrecía tachonado de estrellas. Una luna, blanca, de agudos
M.I.5
El motor empezó a fallar de una manera alarmante y el coche se detuvo. Se había quedado sin gasolina. Sidney Philby salió del baquet y, prendiendo fuego a un cigarrillo, comenz
OSCURO DOMINIO
Se abrió paso, a empujones, hasta llegar al comptoir. Era un hombre pequeñito, seco, de escurridas facciones, tostadas por el sol, en las que brillaban un par de ojos de un azu
SERVICIO ESPECIAL
De la ventanilla en sombras surgió un brazo armado, y variaslenguas de fuego taladraron la oscuridad a la vez que sonaban apagados ecos,amortiguados por los estrepitosos ruidos
SUEZ
El por qué, no habría sabido explicárselo en aquel momento, pero lo cierto, era que a Cullie K. Pyle, le iba resultando fastidiosa la persecución de que le hacía objeto aquel z