ALAN CARSON : EL C. I. A. TRIUNFA
Me largué a París después de recibir instrucciones de Gibbons. No voy a aburrirle contándole toda mi aventura en la capital francesa. Encontré a Renata Ven Horch. Se acordaba de mí. Hablamos de los viejos tiempos de la postguerra de Alemania… Era una esquizofrénica con sed de venganza. A su padre lo habían ahorcado en Nuremberg y ella no olvidaba. Pero también era muy bonita y hasta creo que, a su modo, yo la interesaba un poco. No se alarme, patrón, no voy a ponerme sentimental. Deshice todos sus manejos, me cargué a un tal Krazer, que era su jefe inmediato o algo así, descubrí lo que se traían entre manos; un asunto de envergadura, por cierto. Y al final, en una lucha contra dos de sus esbirros, en la propia casa de Renata, me deshice de uno de ellos y quedé a merced del otro. La propia Renata había dado la orden de que me liquidaran y sin embargo… disparó contra su compinche, cuando vió que éste me iba a matar. El sujeto tuvo tiempo de revolverse, herido de muerte, y la metió dos balazos en el cuerpo.
DE HARVARD A QUÁNTICO
UN hombre, enfundado en una gabardina verdosa, con el cuello subido y el ala del sombrero echada sobre los ojos, penetró en el portal de una lujosa casa en la Calle Cuarenta y
EL C. I. A. TRIUNFA
Me largué a París después de recibir instrucciones de Gibbons. No voy a aburrirle contándole toda mi aventura en la capital francesa. Encontré a Renata Ven Horch. Se acordaba d
ESCALERA DE COLOR
LA polvorienta bombilla que colgaba del techo de la habitación y el rostro de brutales facciones y expresión sádica de Rocky Scott, fue lo último que el inspector del F. B. I.
NUREMBERG
Renata Von Horch mata al capitán Delteil por venganza, que condenó a muerte en Nuremberg a su padre. La policía francesa está sin ninguna pista sobre este crimen...
TRES BALAS
Aún tenía queaguardar cuarenta minutos. Le agobiaba aquella espera lenta, enervante,mientras el viejo, allá dentro, tal vez había caído para siempre bajo el plomodel mayor Barr
VEINTE DÓLARES DE TIEMPO
Contemplándose en el espejo, Stanley Mac Coy hizo un vago gesto de ironía. Estaba muy pálido y tenía grandes ojeras. Sentía náuseas. Abrió el grifo del agua fría y mantuvo las