AGUSTÍN ALCÁZAR SEGURA : LAS GUERRAS DE CARLOS III
Cuando Carlos III accedió al trono español, el país había disfrutado de un período de paz con sus vecinos europeos. Conseguidas algunas de las metas italianas, y comprobado el irrealismo que significaba seguir aspirando a ganar la hegemonía dentro del continente, España había admitido en Aquisgrán (1748) la necesidad de aceptar un sistema de equilibrios entre las potencias europeas. La asunción de esta realidad continental fue beneficiosa para los españoles, pues había facilitado a Fernando VI la apertura de una etapa de neutralidad que iba a permitir la recuperación de una parte de las fuerzas interiores. Una política de paz y crecimiento que corrió de la mano de políticos reformistas como Ensenada y de hábiles diplomáticos como Carvajal.  La primera intención de Carlos fue la de continuar con esta política; sin embargo, las cosas no iban a depender de su mero deseo. El contexto europeo de su reinado en nada favoreció sus explícitas aspiraciones de tranquilidad. En nada colaboraron en favor de la paz el progresivo desmantelamiento del Imperio otomano, el fortalecimiento de Rusia y las tensiones interalemanas provocadas por el ascenso de Prusia, rival cada vez más capacitado frente al viejo Imperio austríaco. Y todavía ayudaron menos, los diversos contenciosos que España mantenía con el manifiesto expansionismo mercantil de Gran Bretaña.  En los catorce años que median entre los dos grandes conflictos con Gran Bretaña, entre los años 1774-1775, el Norte de África adquirió un cierto protagonismo al tener que soportar la agresión de las tropas marroquíes a nuestras plazas y peñones, al tiempo que se llevó a cabo una inusitada expedición contra Argel, con el mismo resultado infructuoso que se obtuvieron en ocasiones anteriores.  El mundo mediterráneo no fue olvidado por la política exterior Carolina. En el caso de Italia, el Tratado de Aquisgrán de 1748 vino a representar una larga temporada de estabilidad que permitió a los diversos países dedicarse a mejorar su situación interior. Eso facilitó las cosas al monarca español, cuya principal preocupación fue que se mantuviera inalterada la situación existente. Por eso adoptaría durante todo su reinado una actitud protectora de sus queridas tierras napolitanas, así como de los ducados de Parma y Piacenza.  Finalmente, en nuestro imperio colonial americano se producen una serie de conflictos que sembrarán la semilla para que en la centuria siguiente se produzca el movimiento emancipador de las mismas. A excepción del levantamiento de Tupac Amaru (1780-1781), los restantes no dieron lugar a grandes enfrentamientos de tropas, si bien se traen aquí como muestra de una situación conflictiva a la que tuvo que hacer frente la corona, precisamente en un momento en el que simultáneamente se enfrentaba a Inglaterra en Pensacola, Gibraltar y Menorca.  En definitiva, la política exterior carolina tuvo siempre como norte principal de su actuación el mantener intacta la Monarquía, con especial atención por el tesoro americano, al que desde el inicio del reinado se trató de preservar ante las demás potencias europeas, sobre todo frente al pujante Imperio británico. Esa necesidad primordial y el hecho de que la dinastía hermana francesa estuviera en idénticas condiciones frente a los ingleses, propició la alianza estructural de la España carolina con el vecino país. Y esa necesidad fue también la que le llevó a Carlos a romper lo que resultaba su deseo más preciado: mantener la paz con el exterior al objeto de invertir todos sus desvelos en el progreso del interior peninsular. Sin embargo, en el tablero de ajedrez internacional las colonias españolas eran una pieza muy codiciada que debían ser defendidas con uñas y dientes. La economía española no podía permitirse su pérdida y un monarca absoluto como Carlos tampoco. Ya lo dijo al principio de su reinado: nada quiero, pero que nada me quiten. Y para que nada le quitaran no dudó en obtener los recursos necesarios para hacer la guerra.
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