Con la subida al trono de Felipe IV, en 1621, y con él el Conde-Duque de Olivares, éste incorporó las ideas de reparto y uniformidad fiscal a su programa de gobierno, preconizando una mayor unión del imperio bajo leyes uniformes. Sin embargo, Cataluña se resistió a esta política integradora.  El estallido de la guerra franco-española, en 1635, y con ella la invasión del Rosellón, proporcionó al Conde-Duque una nueva oportunidad de arrastrar a los catalanes a su política.  En este contexto, en 1639 se eligió Cataluña como escenario en el que desarrollar las operaciones contra Francia, entre otras cosas, para obligarla a contribuir al esfuerzo de guerra, lo que creó problemas en cuanto al alojamiento de las tropas, lo que a su vez llevó a un comportamiento de las mismas cuyos excesos no supo impedir el débil virrey Santa Coloma.  En este ambiente tan hostil, durante el mes de Mayo de 1640, se produjeron graves incidentes en las zonas occidentales de Gerona y La Selva, y en la propia Barcelona, que desembocaron, el 7 de Junio, en el denominado “Corpus de Sangre”, que dio origen a la insurrección del Principado.