Atardecía sobre Ceilán. La hermosa isla del Océano Índico se iba cubriendo de sombras a la acción da aquella anochecida en que los rayos solares, que la habían iluminado fuertemente a la largo del día para producir sobre ella un calor tropical, cedían el paso a una luz suavísima que dotaba de un nuevo aspecto acariciador la extensa superficie de aquella perla de la Corona británica, antesala da la India, de donde la separa el estrecho de Pálk.
A MUERTECuando el ascensor se detuvo, y al salir de él, el recién llegado se quitó el sombrero, y poniéndolo sobre su rostro hasta taparlo casi totalmente, no dejando visibles más que MAGIA NEGRAUn grito espantoso, un lamento infrahumano que vibraba en acentos de muerte quebró momentáneamente el silencio que se espesaba hasta hacerse tangible, casi materializado sobre MALEFICIORalph Pinkerton se levantó para acompañar a sus invitados, que se despedían, y luego permaneció unos instantes apoyado contra el quicio de la puerta de su “bungalow” recargando MARFILComenzaba a atardecer sobre Bombay, la ciudad indostánica asomada con indolencia a las azules aguas del mar Arábigo. Durante la mañana había hecho un calor sofocante, una tempe NARCÓTICOSAtardecía sobre Ceilán. La hermosa isla del Océano Índico se iba cubriendo de sombras a la acción da aquella anochecida en que los rayos solares, que la habían iluminado fuerte