Comenzaba a atardecer sobre Bombay, la ciudad indostánica asomada con indolencia a las azules aguas del mar Arábigo. Durante la mañana había hecho un calor sofocante, una temperatura corriente en aquellas latitudes, que hacía retraerse a los habitantes de la populosa población de salir a las calles, ocupadas por un vaho caliginoso que producía un efecto opresivo sobre quienes veíanse obligados a afrontarlo en el curso de sus diarias obligaciones.
A MUERTECuando el ascensor se detuvo, y al salir de él, el recién llegado se quitó el sombrero, y poniéndolo sobre su rostro hasta taparlo casi totalmente, no dejando visibles más que MAGIA NEGRAUn grito espantoso, un lamento infrahumano que vibraba en acentos de muerte quebró momentáneamente el silencio que se espesaba hasta hacerse tangible, casi materializado sobre MALEFICIORalph Pinkerton se levantó para acompañar a sus invitados, que se despedían, y luego permaneció unos instantes apoyado contra el quicio de la puerta de su “bungalow” recargando MARFILComenzaba a atardecer sobre Bombay, la ciudad indostánica asomada con indolencia a las azules aguas del mar Arábigo. Durante la mañana había hecho un calor sofocante, una tempe NARCÓTICOSAtardecía sobre Ceilán. La hermosa isla del Océano Índico se iba cubriendo de sombras a la acción da aquella anochecida en que los rayos solares, que la habían iluminado fuerte