ALTAF HOSSAN : ACOSTADO PARA LA PASIÓN. COMPRADO PARA EL EMBARAZO
'¡ ADIVINA quién viene esta noche!' Emma sonrió ante la emoción en la voz de su madre cuando Lydia Hayes colgó el auricular del teléfono. ¡Va a venir la mitad de Melbourne! La fiesta era todo de lo que su madre había hablado durante las últimas semanas, el cumpleaños número sesenta del padre de Emma, ¡y la cena íntima que habían planeado inicialmente había aumentado a proporciones de marquesina! Cada centímetro de su hogar con vistas panorámicas a la bahía había sido aprovechado al máximo, con la marquesina abierta para revelar la bahía de Port Phillip en todo su esplendor, e incluso el clima lo había complacido, con un cielo despejado que permitía vistas de la ciudad. La pista de baile estaba preparada, la banda se estaba instalando, los servicios de catering estaban dando vueltas y Lydia estaba temblando de nervios a medida que se acercaba la hora. Pero la llamada telefónica, al menos momentáneamente, había detenido sus nervios. ¡Tenemos un invitado inesperado! Lydia juntó las manos con deleite. Vamos, Emma, adivina quién. 'Mamá…' gimió Emma, envuelta en una toalla y pintándose las uñas de los pies. Habiendo pasado el día ayudando a su madre a prepararse, ya estaba corriendo contrarreloj para estar lista. 'Sólo dime.' —¡Zarios! Una mancha de esmalte de uñas rojo cruzó el dedo pequeño del pie de Lydia. Sacando un bastoncillo de algodón, se limpió el área, negándose a revelar que importaba un bledo que Zarios viniera esta noche. Ah, pero lo hizo. Zarios: la sola palabra que envió un hormigueo por la columna vertebral de cada mujer. Un hombre que no necesitaba usar su apellido de alto perfil para ser reconocible al instante. Su rostro fruncido pero hermoso sin esfuerzo aparecía a menudo en las columnas de chismes. Su reputación entre las mujeres era espantosa, tanto que era un milagro, después de tantos artículos mordaces escritos sobre el hombre, que alguna mujer pudiera siquiera considerar involucrarse con él. Oh, pero lo hicieron, una y otra vez lo hicieron. Y sin falta siempre terminaba en lágrimas o, para ser más exactos, en las lágrimas de la mujer.
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