Juliet estaba atravesando el peor momento de su vida. Salía con William desde hacía nueve años, y tres semanas antes de la boda cortó con ella. Se sentía morir. Había perdido el apetito, las ganas de trabajar y de salir a la calle. Y las ganas de vivir. Sus padres estaban muy preocupados porque había perdido muchísimo peso, ya no sonreía y parecía estar en shock permanente. Su padre, Fred, tenía un bufete de abogados junto con un socio, Milton, desde hacía casi veinte años. Un día que se reunieron los dos matrimonios para cenar, los padres de Juliet les contaron lo que le sucedía a su hija y ellos le dijeron que le iría bien hacer un viaje para cambiar de aires. Russell, el hijo de Milton y Helena, tenía un velero impresionante y ofrecía viajes por todo el mundo, y pensaron que sería buena idea que Juliet se embarcara durante unas semanas y se mantuviera alejada de todo. A pesar del rechazo de Juliet por hacer lo que sus padres le habían sugerido, tuvo que complacerlos, más que nada, porque le habían advertido de que, si no hacía ese viaje, la ingresarían en una clínica para que se recuperase. Y de pronto se encontró navegando hacía el caribe en un velero y con la compañía de ocho hombres desconocidos. Y la mala suerte la acompañó porque, en vez de permanecer unos días en el barco, como ella pensaba, esos días se convirtieron en meses a causa de la pandemia por el Covid-19 que estaba azotando el mundo. Pero todo cambio para ella durante esa travesía, porque la tripulación hizo que se olvidase de su prometido en tan solo unos días y, sobre todo, las discusiones y enfrentamientos con Russell, que, además de ser el propietario del velero era el capitán del mismo.