Ante todo, «La isla de las Damas» es un homenaje a Julio Verne y a su «Isla misteriosa». Pero los paralelismos entre las dos novelas terminan ahí, a pesar de que las acciones de una y otra se desarrollan en sendas islas paradisíacas, habitadas por colonos franceses decididos a establecer un nuevo orden. La protagonista del relato es una joven parisiense que llega a la isla en globo y es introducida por una amiga en el régimen, absolutamente licencioso, que impera en la isla. Y, poco a poco, al hilo de su exploración y de su progresiva integración en esta sociedad hipersexualizada, descubre que allí la vida cotidiana gira en torno a un eje único: el desenfreno erótico. Los nombres de calles, tiendas, periódicos, escuelas, juegos, restaurantes…, todo, incluso los títulos de los libros y la publicidad, tiene como denominador común el sexo. En esa isla imposible, la actividad de cortesanos y súbditos, ricos y pobres, niños y ancianos se centra exclusivamente en la fornicación. Todos viven por y para una lubricidad que transita, no ya sólo por los caminos imaginables, sino también por aquellos otros que la fantasía más desbordada ni siquiera se atrevería a concebir. «La isla de las Damas» es una novela inconclusa, cuyo manuscrito fue hallado recientemente entre los «papeles clandestinos» de Pierre Louÿs. Su publicación, primero en Francia (donde constituyó un auténtico escándalo) y ahora en nuestro país, contribuye sin duda al mejor conocimiento de este autor «maldito» que, con su desbocada imaginación, supo llevar lo más lejos posible la eterna lucha que todos sostenemos a diario contra los tabúes y la hipocresía.