Jaime Giralt estaba preparándose para salir. Se miró al espejo, quedando complacido de su aspecto. Su alta y esbelta figura resaltaba con el elegante traje gris, haciendo que el conjunto resultase completo con los encajes de sus puños y su magnífica corbata. Tenía que cuidar de su aspecto, no en vano se le consideraba uno de los hombres más distinguidos de Barcelona. Jaime Giralt, a sus veintisiete años, constituía uno de los partidos más envidiables de la Ciudad Condal. Perteneciente a una antigua y respetable familia barcelonesa, que sin contar con ningún título en sus arcas, podía vanagloriarse de que uno de sus antepasados fuese de los que acompañaron a Roger de Lauria en su expedición, haciendo que los almogávares fuesen temidos por su indómita bravura en el mundo entero.