La acusada permanecía en pie ante el juez, muy pálida, aunque inmutable. Parecía una estatua, si bien en ella se advertían los naturales movimientos de la respiración, que provocaban vaivenes de su pecho, más rápidos de lo normal, debido a la alteración interior que la poseía. Era muy hermosa, de ojos intensamente negros y cabellera como ala de cuervo. El largo vestido que cubría su cuerpo escultórico hasta los pies era de color rojo muy oscuro, casi negro. Sólo las puntas de los dedos de los pies, sin pintar las uñas, asomaban entre los pliegues del vestido. Dos guardias custodiaban a la acusada. El defensor, a un lado, fracasados sus esfuerzos por conseguir un veredicto favorable, aguardaba resignadamente la sentencia...