Cada día, tras su jornada laboral, Teresa elegía la última mesa de la cafetería, desde donde se dedicaba a pensar mientras contemplaba el mundo a través de la ventana. Pensaba en lo difícil que le había resultado encontrar trabajo debido a tener casi cincuenta años y a su falta de estudios; o en haber conseguido, por fin, un empleo de limpiadora en la universidad en horario nocturno. Pensaba en los años que se había dedicado únicamente a trabajar y a su hija Lara, olvidándose de sí misma, aunque no se arrepintiera de nada... Sus pensamientos fueron interrumpidos por la aparición de un profesor de aspecto despistado pero amable, que le pidió compartir su mesa, un sencillo gesto que alterará la monótona vida de ambos. Porque, tal vez, sin saberlo, se estaban esperando.