DOUGLAS Murphy estaba preocupado. Este hecho, en sí, no tiene nada de extraño; muchas personas lo están. Pero el motivo era algo intangible, distinto a otros muchos que en su vida se le habían presentado. Esta vez se trataba de un asunto serio y abstracto, pero su instinto le presagiaba que algo había de ocurrir. Nunca se había preocupado de vaticinar en el futuro, y había sentido desprecio por aquellos seres que, pretendiendo ahondar en las tinieblas de los acaeceres, sacaban conjeturas más o menos absurdas. Aquel sexto sentido que le decía que algo iba a suceder le hacía sentirse intranquilo y le había hecho respirar con desasosiego más de una vez durante ese día.